PLUMA Y PAPEL



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Los 'trenes de la esperanza' de los emigrantes andaluces a Cataluña hace 50 años

El viaje a la tierra prometida podía tardar más de un día y a lo largo del viaje se hacían amistades y se sufrían las consecuencias de un servicio incómodo


Se estima que casi 850.000 andaluces vívían en Cataluña a principio de los años 80, es un dato clásico a la hora de hablar de la emigración. La mayoría emigraron durante la segunda mitad del siglo XX. El tren se convirtió en el vehículo que los trasladó hasta Cataluña. Muchas veces viajaron con el único equipaje de la ilusión por una vida mejor. Muchos vendieron lo poco que tenían para empezar una nueva vida. A otros los esperaban en el anden familiares que ya habían prosperado. Es el caso de José Cano, un joven natural de la localidad malagueña de Almargen.
Faltaban pocos minutos para que el reloj del andén de la estación de Bobadilla marcase las dos de la tarde, cuenta José, que tiene grabado en su memoria el momento de su partida. Un grupo de familiares y amigos se despedían de él. Eran momentos de impaciencia y de intranquilidad. La ilusión por iniciar una vida más próspera se confundía con el miedo a abrir una nueva etapa en su vida.
Los bultos -maletas, equipajes en cajas de cartón atadas con cuerdas...- se amontonaban junto a la escalerilla del vagón. Aquellas maletas de madera, o en su versión más económica de cartón, se convirtieron en el icono de la emigración durante la segunda mitad del siglo XX. «Pesaban como una condena», dice José. Aquellas maletas viajaban sobre las cabezas de los pasajeros en los andenes. Los más impacientes acercaban por las ventanillas el equipaje a sus familiares. En cada estación de sur a norte de la península se repetía la escena.
Como anticipo de aquella cita con la prosperidad, José llevaba en su bolsillo 2.000 pesetas que le había procurado su hermano. Aquella cantidad de dinero le permitiría dar sus primeros pasos en Barcelona antes de que encontrase un trabajo. En el bolsillo y junto a ellas José llevaba su pasaporte a la novísima tierra de Jauja, un billete de tren. 50 años después José no recuerda su precio, fue otra ayuda de su hermano y el importe del viaje no quedó grabado en su memoria.
El tren comenzó su marcha, era como un gran reptil recién alimentado que le costase ponerse en movimiento. Con pereza el ferrocarril comenzó a deslizarse sobre la tierra, su lento movimiento le permitía a José despedirse de los suyos.
Aquel tren recibía distintos nombres según el lugar al que apuntase la locomotora. Cuando salía de Andalucía y tras reunir los vagones procedentes de distintas procedencias se terminaba llamando 'El Sevillano', también fue 'El Malagueño' o 'El Granadino'. Cuando el tren miraba desde Cataluña a Andalucía en el viaje de regreso se conocía popularmente como 'El Catalán'. En realidad, nos aclaran desde Centro de Estudios Históricos del Ferrocarril Español no fue un único tren y el servicio sufrió numerosas modificaciones a lo largo de los años.
Aquel 24 de enero de 1958 José tenía 27 años, dejaba atrás toda su vida y una novia con la que llevaba 8 años de relaciones. Aquel tren andaba tan lento que si las promesa de una vida mejor no hubiese sido más fuerte que las dudas, José hubiese podido volver a saltar sobre el andén y olvidarse de aquel viaje a Barcelona.
La familia de José, que vivía en un cortijo, había preparado el viaje con antelación y preparó todo tipo de viandas. El equipaje era comida, las 2.000 pesetas del hermano y muy poca ropa, según recuerda. Los vagones olían a una mezcla de comida y a grasa del tren. Algunos pasajeros hacían el viaje sin asiento. Los más afortunados contaban con un banco corrido de madera que los más prevenidos ablandaban con un cojín o una almohada.
José no llegaría a Barcelona hasta las 9 de la noche del 25 de enero, un día y medio después. Habría tiempo de tejer sueños y temores a través de las conversaciones sobre las maravillas de su lugar de destino, de los éxitos de parientes más o menos cercanos que iniciaron la aventura años antes. Aquellos trenes fueron el nacimiento de muchas amistades, muchas de ellas tan efímeras como el propio viaje.
Terra ignota
Eran auténticos descubridores de un nuevo mundo. Barcelona era prácticamente una tierra desconocida, en la que muchas personas hablaban distinto y en la que la fama de tacaños perseguía a sus pobladores. Poco más se sabía de Barcelona y los catalanes. No obstante había un bálsamo para toda duda sobre el lugar al que se iba, dice José: «Barcelona es bona, si la bolsa sona». Era la conclusión final de toda conversación sobre lo mucho que se iba a ganar.
José viajaba tranquilo, pero no era el caso de algunos compañeros de vagón. José iba a ser recibido por un familiar en el andén de la Estación de Francia. A otros la proximidad a la estación se iba convirtiendo en angustia. Muchos de los ocupantes de aquellos trenes terminaban en manos de la Policía. Más de un día de viaje podía terminar en el Pabellón de las Misiones de Montjuic a la espera de que hubiese un contingente suficiente para llenar un tren de vuelta a casa.
Deportados
La razón de aquel retorno obligado fue la propia ley española. Una circular del Gobernador Civil de 1952 y una ordenanza municipal de 1956 obligaba a los recién llegados a demostrar una residencia y un trabajo. Aquellos que no podían justificarlo eran primero retenidos en el Pabellón de las Misiones de Montjuic y finalmente mandados de vuelta a su tierra. Entre 1950 y 1955 se estima que Barcelona deportó a más de 15.000 emigrantes en su propio país.
Las razones de esta norma que limitaba la movilidad podían ser variadas. El autor del libro 'El Ideal de Blas Infante en Cataluña', Paco García Duarte, apunta a un intento de impedir la sangría de mano de obra barata por parte de los terratenientes del sur de la península. Otras razones podían ser la de evitar el hacinamiento y los barrios de aluvión en las ciudades de destino.
El primer capítulo de esta obra recoge una circular del gobernador civil de Barcelona, Felipe Acedo Colunga, publicada el 6 de Octubre de 1952 en el Boletín Oficial de la Provincia de Barcelona y en la que se dan instrucciones para que «por los señores Alcaldes, Jefe superior de Policía de la provincia, Comandantes de puesto de la Guardia Civil y Comisarías locales existentes se impedirá en lo sucesivo la entrada y subsiguiente permanencia en sus respectivos términos municipales de aquellas personas que por no tener domicilio tuvieren que recurrir a la vivienda no autorizada -eufemismo utilizado para referirse a las barracas, apunta García Duarte- debiéndolos remitir a este Gobierno civil para su evacuación por el Servicio que se encuentra a este efecto establecido».
García Duarte recoge en un capítulo de su obra el testimonio de una bastetana, Quiteria Ruiz Martínez, que vivió esta experiencia en el año 1955. Su marido se encontraba en Callús (Barcelona) trabajando sin contrato. En la estación trató de recogerla un hermano de su marido, pero el parecido físico no fue suficiente, «aunque mi cuñado se parecía a mi marido, al pedirme el libro de familia se dieron cuenta que no era él y me llevaron a comisaría. Desde allí, cuando juntaron un grupo de gente, ya por la noche, nos llevaron a Montjuic», señala el testimonio recogido por García Duarte.
Quiteria y su marido fueron mandados de vuelta a su casa, sin embargo, perseveraron en el intento y, en este caso, a la segunda fue la vencida. Desde la estación de Chinchilla y una vez que les habían devuelto sus documentos, emprendieron nuevamente el regreso, cambiando la ruta y empleando 8 días en el trayecto.
Para evitar experiencias como la de Quiteria muchos se bajaban en estaciones cercanas a Barcelona y completaban el viaje a pie. Otros se tiraban del tren en marcha cuando se anunciaba su llegada a la estación. Según García Duarte, algunos maquinistas conocedores del tema aminoraban la marcha cuando se aproximaban a los puntos habituales.
Malas condiciones
La lejanía en el tiempo hace que se miren aquellos largos viajes con una sonrisa. Antonio Morante es natural de Guadahortuna y en 1964 emigró a Barcelona donde conoció a su mujer, Isabel. Juntos hicieron el camino de regreso al pueblo en más de una ocasión, en las esperadas vacaciones anuales, aunque pasaron seis años para el viaje de vuelta.
Manuel recuerda el precio de aquel billete que lo llevó hasta Barcelona por primera vez. «Eran 500 pesetas, lo que entonces eran casi 20 días de trabajo de un hombre en el campo», comenta. Tomó aquel tren en la estación de Alamedilla y recuerda haber visto como algunos pasajeros acercaban su equipaje en burros hasta la estación.
«Las condiciones eran horribles, el tren olía a comida, la piel se cubría de sudor negro y al baño no se podía entrar», dice Isabel. Se echan las manos a la cabeza cuando recuerdan aquellos viajes, «cuando la carbonilla se te metía en los ojos y echabas lágrimas negras», dice ella.
Manuel asegura que en alguna ocasión se encontraban pasajeros escondidos que no habían podido pagar el billete. «Eran los menos», dice, sin embargo, recuerda haber encontrado a un hombre escondido en el compartimento de las maletas. Los polizones pedían no ser delatados y se escondían entre el equipaje.
Isabel, nacida en Murcia y criada en Valencia, recuerda que la marcha del tren era tan lenta que a veces permitía a los viajeros saltar a coger naranjas y volver a subir al tren. Evidentemente era a la altura de la provincia de Valencia.
Mejores tiempos corrieron para Manuel Triviño. Diciembre de 1970 aprobó el ingreso en Telefónica. Tras tres meses de cursillo en Sevilla fue destinado a Cataluña y su primer viaje lo hizo en un tren desde la estación de Huéneja. «Aquello era como irse al extranjero», dice Manuel. Los viajes entre Andalucía y Cataluña no eran habituales. A veces se tardaba más de un año en volver. El vecino se convertía casi en mensajero. «Siempre venía bien ese paquete, era un mandao que se hacía con gusto por aquello del hoy por mi y mañana por ti».
Cuando la familia crecía también lo hacía el precio del billete de vuelta. «Había gente que venía de año en año y ya era mucho», dice Manolo. Había que pagar el billete de todos los miembros de la familia y aunque había descuentos para familias y para los menores, lo cierto es que los viajes de vacaciones se hacían un poco cuesta arriba para la economía familiar, asegura Triviño. El principal objetivo de muchos de aquellos emigrantes era el de ahorrar.
Pero aunque los tiempos de Manuel fueron mucho mejores para viajar en tren, en su memoria se guarda algún viaje casi mítico. Cuando nació su hijo en el año 1978 viajó hasta Sevilla con el recién nacido para que lo conociese el bisabuelo de la criatura. Aquel viaje casi improvisado lo hizo «con el cochecito del niño sobre la plataforma del tren y no me arrepiento, hice muy bien en ir porque dos meses después falleció mi abuelo».
Regresos
Los tiempos cambian que son una barbaridad. La mayoría de los usuarios de aquellos trenes soñaron con un coche que les permitiese volver a casa con más comodidad y, sobre todo, más frecuentemente. José Cano se compró un 600, no menos mítico que aquellos trenes y que en aquellos tiempos llegó a retar a un no menos mítico «Tiburón» en un viaje de regreso. Hoy prefiere el AVE para llegar a Madrid o Sevilla donde se encuentra parte de su familia.
Manuel Triviño, con destinos divididos entre Sevilla y Huéneja, también es usuario del AVE. «Si compras el billete con tiempo te puede salir muy ventajoso», dice. Aunque la principal virtud de este tren es el tiempo que invierte para para cubrir el trayecto entre Barcelona y Sevilla.
El avión es otra alternativa para los nuevos viajeros. Los precios de los vuelos pueden variar entre los 35 y 200 euros dependiendo de la antelación con la que se compren los billetes y del horario. Desde Granada parten al menos dos vuelos diarios de la compañías Vueling y, para asombro de aquellos viajeros, el viaje sólo dura una hora y cuerto.






 
"GALGO CORREDOR"


"En un lugar de la mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme,no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y GALGO CORREDOR".
Y yo como Don Quijote de la Mancha, también tengo a un fiel amigo, a un Galgo...aunque el mío es dormilón.
La verdadera historia de nuestro galgo empieza en la Edad Media, en que las cacerías de liebres se hacen ocupación señorial, y poetas y pintores acercan al humilde perro para ennoblecerlo en sus creaciones. El príncipe Carlos de Viana fundó la orden del lebrel blanco, y es que la nobleza española siempre prefirió la compañía del galgo. La afición galguera es tan arraigada entre los nobles que los Fueros de Castilla y Aragón prohíben su tenencia a otras clases sociales, una política que se continuaría con los Borbones, cuando el rey Carlos III prohibe la cría de galgo en toda España, escepto en tres provincias: Toledo, Segovia y Madrid. Prohíbición que se cumplió hasta la llegada de Mendizábal, que la abolió. La concentración en tres provincias debió resultar beneficiosa para homogeneizar el tipo, operando
la consanguinidad y limitándose la dispersión genética.
Era un animal tan valioso que el castigo para una persona que mataba a un galgo era el mismo que el del asesinato de una persona.Después de varios siglos disfrutando de la posición privilegiada de ser considerado el rey de las razas, el último siglo ha visto empeorar el rol de los galgos de una manera drástica.
Tu también puedes ser un "Quijote de la Mancha" y gozar de la compañía de un Galgo.



http://www.sosgalgos.com
Junio de 2006


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Huéneja, en las faldas del barranco.



Como casi todos los pueblos de la zona, Huéneja buscó cuando se fundó la manera de protegerse de los fríos y de los vientos de la comarca, y lo hace asentándose a un lado y otro de un barranco, por cuyo eje pasa el río Izfalada, hoy totalmente encauzado y sobre el que aún podemos ver algún viejo puente de arco de medio punto construido con lajas de pizarra colocadas a bofetón. Este emplazamiento es tan evidente, que los vecinos del cercano Dólar cuando viajaban al pueblo, decían que "iban al Barranco".


Fue Huéneja el primer pueblo hostigado por los monfíes alpujarreños y en el que se inició la rebelión de los moriscos. Sus 11 cristianos viejos no tuvieron tiempo de refugiarse, como los demás de la comarca, en el castillo de La Calahorra y fueron muertos en una rambla de la Alpujarra. Cuando el lugar fue repoblado, se hicieron 100 suertes que fueron entregadas a 15 familias procedentes de Montejicar, 27 de Luzón y Algora (Guadalajara), otras tantas de Cambil y Tinajas, etc.

Huéneja y los lobos


Tradicionalmente los habitantes de Huéneja eran conocidos en el Marquesado como "los loberos". Este gentilicio apodístico les viene de la extraña profesión de algunos de sus hijos, que se ganaban la vida explotando el miedo ancestral que siempre ha provocado el mítico lobo.
Lo quitaban a sus madres de las loberas cuando era cachorro y lo criaban en sus casas. Una vez adulto, lo paseaban por los pueblos en una jaula encaramada en el lomo de un mulo, predicando en cada uno de ellos que lo habían capturado en su término. Las gentes creían así que habían sido libradas de la alimaña, por lo que no dudaban de entregar un donativo a los orquestadores de aquel espectáculo. En la actualidad, emigrantes de Huéneja en Cataluña han creado la Hermandad de Los Loberos, con la finalidad de recuperar las costumbres de su pueblo de origen.

Un río y un Albaicín


El núcleo urbano central del pueblo lo conforman la iglesia, el río, un olmo centenario, la plaza del Ayuntamiento y la San Francisco Serrano, un espacio armonioso y proporcionado que exhibe en su centro un notable busto del Santo con algunos datos biográficos. Al oriente de esta zona se escalona de forma abrupta lo que sin duda era el área más antigua del pueblo: el barrio del Castillo o lugar donde se emplazaba el hins musulmán (probablemente la antigua fortaleza citada en los textos como Rhenia) y el barrio del Abaicín. Al contrario que en Dólar, aquí no se usó en las cubiertas la launa, sino teja árabe y aleros de pizarra, muy abundantes en la zona.


El resto del pueblo se extiende a la izquierda del río, escalando de forma más suave la otra ladera del barranco y en donde se localizan los baños y la zona de expansión de los repobladores.

De su pasado moro mantiene, entre otros restos, los baños más grandes y completos del Marquesado, por cuyo uso los vecinos entregaban al dueño del señorío más de doscientas fanegas de cebada anuales, alcanzando las 400 al final de la época morisca. Su principal originalidad estriba en que junto a las tres naves características, conserva también la nave del vestíbulo (bayt al-maslaj), transversal a las demás; y en la sala fría se pueden diferenciar las alcobas de descanso.

La Iglesia


Cuenta Huéneja con una notable iglesia de la primera mitad del siglo XVII. La fachada principal luce una cuidada mampostería entre fajas de ladrillo. En ella se inscribe una portada también de ladrillo a la que se le superpone una hornacina, coronada por un frontón partido y con una inscripción en su base que nos habla de la fecha de su conclusión: SIENDO OBISPO DE GUADIX FRAY IVAN DE AROIZ I FIA A 1634. En la torre, no muy alta y pesante, destaca el casquete esférico que la remata.

El interior se articula con tres naves, la central cubierta por armadura de limabordón. El presbiterio se cubre con otra recientemente redescubierta, ya que estaba oculta por bóveda de mampostería. El retablo es moderno aunque de diseño clasicista.

Un santuario mariano


Una importante ermita dedicada a la virgen de la Presentación se sitúa en el camino que lleva a Dólar. Está rodeada de almendros y también de alguna construcción desafortunada. La expansión urbana la ha casi engullido, pero antaño, según Madoz, estaba a más de 100 varas del pueblo.

Es un edificio que supera en tamaño y ornamentación a todas las del entorno. Ello se explica porque estamos ante un autentico santuario mariano. Aunque se sabe que muy recién repoblado el pueblo, ya se empezó la construcción de una ermita, la actual data de la primera mitad del siglo XVII. La capilla de San José es más tardía e incluso la torre no se terminó hasta 1.834 y aun posterior es la capilla del Santo Sepulcro.


La imagen, de pequeño tamaño y totalmente ensortijada, cubre su cuerpo con un manto del que prende la vara de mando como alcaldesa perpetua de Huéneja.

Religiosos por raíces

Tienen los huenejeros fama en la comarca de ser gentes muy religiosas, y la verdad es que no es para menos. La magnifica ermita de la Virgen no es un capricho. La tradición sitúa su aparición en un momento muy temprano de la repoblación que siguió a la expulsión de los moriscos, cuando las sierras estaban infestadas de monfíes. Era por tanto un ambiente profundamente antislámico.

En 1.616, se le atribuyo a santa Teresa, con intervención de la Virgen, la resurrección de una niña. Más tarde la devoción se acrecentó debido a la participación milagrosa de la deidad en diversos momentos, uno en el terremoto de 1.756. El impulso definitivo lo dio Pío VI, que en 1.794 concedió indulgencia plenaria a los que visitasen el santuario. La celebración de 1.882 entre un fervor grande y salvas de cohetes, debido a su intervención sobre las cosechas, paso a los anales de la localidad.


Mucho más histórica es la figura de Francisco Serrano Frías, hoy copatrono de la Presentación. Nacido en la calle de las Parras en 1.695, permaneció en Huéneja hasta los 18 años, momento en que sintió la llamada pastoral y viajó a China. La persecución desatada en 1.776, lo convirtió en mártir el 28 de octubre de 1.748. Ciento cuarenta años más tarde fue beatificado y, por fin, elevado a los altares en el año 2.000 por Juan Pablo II.

Molinos

Fuera del recinto urbano hay otros lugares de interés. Uno de ellos es la ruta de los molinos, un magnifico paseo en el que, junto a una zona arbolada de castaños centenarios, acondicionada como área recreativa, se pueden ver estos inmuebles, hoy obsoletos, pero que nos recuerdan el magnifico uso que desde la época musulmana se hizo de la generosa corriente del río Izfalada. Uno de ellos, el Molino Bajo, es de propiedad municipal y en él se instalará un museo que nos recordará cómo antaño se molía el grano.

RICARDO RUIZ PÉREZ | GRANADA /2008


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El último aullido

La leyenda y la toponimia mantienen viva la huella del lobo en Sierra Nevada

Cuenta una leyenda que en el Castañar de Güéjar Sierra, hacia los años 50 del pasado siglo, existía una vieja pareja de lobos que incluso fueron bautizados por los lugareños como el Antonio y la Mariana. Intentaban morder al ganado, sobre todo en las cochineras, más asequibles, pero viejos, sin dientes y cansados, murieron de inanición.

Es una de las muchas leyendas en torno a uno de los animales sobre los que más se ha escrito y estudiado, y sobre el que pesa una de las leyendas más negras y entroncadas con la mitología de las que pudieran existir. Se trata de un depredador que desde los orígenes de la humanidad ha mantenido una guerra sin tregua con el otro gran depredador, el hombre, una guerra que ha ido perdiendo poco a poco hasta figurar entre las especies en situación crítica de extinción.

El popular grito de 'que viene el lobo' ya casi no tiene fundamento porque el lobo no vendrá más que en forma de hombre. Personajes como Félix Rodríguez de la Fuente o asociaciones para la defensa de este animal han conseguido de forma paulatina ir cambiando la imagen que el pueblo tiene del Canis lupus, hasta el punto de que hoy es una especie protegida por las leyes.

El arraigo mitológico del lobo es quizá de los más extendidos en todo el planeta, algo que queda bien patente en nuestro país con las leyendas del licántropo -hombre lobo- mil y una coplillas, refranes e historias que cabalgan entre la realidad y la ficción. Granada no ha sido tierra de lobos-al menos desde el siglo XVIII-, aunque en la Alpujarra, en las comarcas de Baza y Norte y en las zonas de serranía cercanas a la capital, Sierras de Huétor y Sierra Nevada, hay vestigios de su presencia, pese a que ya sólo queda en el recuerdo, porque a partir de 1900 su presencia se limitó casi exclusivamente a Sierra Morena.

Los datos más fiables sitúan la última camada de lobos avistada en 1933, cerca de los Peñones de San Francisco, en las inmediaciones del Albergue Universitario; no obstante se ha llegado a comentar, eso sí, sin datos concretos, que hasta casi los años 50 hubo algunos ejemplares sueltos en las sierras occidentales de la provincia. A pesar de esa profunda relación de amor y odio entre los granadinos y el lobo, en la que el odio ha vencido y un miedo infundado ha acabado con la especie -la estricnina ha sido siempre la palabra maldita para el predador-, han sido pocos los testimonio documentales sobre la presencia y la historia de este mamífero en nuestras tierras.

Historias de lejos

Algunos testimonios de los más mayores, que a su vez cuentan historias relatadas por sus padres, nos pueden dejar claro cómo fue la convivencia del lobo con los humanos y con el medio ambiente. Juan Rodríguez de Velasco, jefe de la oficina del Medio Natural en la delegación provincial de Medio Ambiente, tuvo una intensa relación con los lobos en una zona donde su presencia aún levanta polémicas como es la provincia de León. Allí asegura haber aprendido a amar al lobo y a conocer su inteligencia, por eso se lamenta de lo poco estudiada que está su historia en Granada y de que prácticamente no se hayan recogido los testimonios verbales de nuestros mayores.

Testimonios, por otra parte, que nos dan a conocer que en Caniles, por ejemplo, se adaptó popularmente el 'Romance de la Loba Parda', de origen extremeño. Muchos de esos romances hacen alusión a la muerte de lugareños devorados por lobos, pero los especialistas y defensores del animal argumentan que más muertes humanas provocan los perros domésticos y nadie se plantea su extinción.

Huellas

A pesar de la escasa historia del lobo en Granada, la toponimia nos dice con claridad que allí donde hubo un lobo dejó huella porque más de ochenta lugares de nuestra geografía hacen alusión al mítico predador, sobre todo en la zona de Baza. Posiblemente algunos de los poco más de 140 habitantes de la alpujarreña Lobras o los 350 de Lugros, en la zona de Guadix, sepan que su gentilicio procede del vocablo latino 'lupus', es decir, lobo, por lo que se deduce que su presencia tuvo que ser abundantes en ambas zonas. Prácticamente en todos los municipios hay un Barranco del Lobo, una Cañada del Lobo, un Cortijo de los Lobos...

Por ejemplo, subiendo hacia la carretera de la sierra está La Fuente del Lobo y bien nos podemos imaginar por qué; o el conocido Puerto Lobo. Existe incluso una hermandad de loberos en Huéneja, pueblo lindante con la provincia de Almería, y el apodo de sus vecinos es el de loberos. Desde Cataluña, esta hermandad creada por emigrantes granadinos se encarga de mantener la tradición 'lobera' de los habitantes de tan peculiar pueblo.

El lobo, vilipendiado, enemigo de pastores y azote de rebaños, ha sido afortunadamente elevado a mito y se le empieza a querer y proteger, al igual que a quienes sufren en su ganado las consecuencias de lo que es la ley de la naturaleza.

ROMÁN URRUTIA  (GRANADA,2007)

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JLG 

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