Devanaderas |
Mateo,
su mujer y su numerosa familia ( tres hijas, otros tres varones y la
anciana abuela) vivían plácidamente en el laboreo de tierras
arrendadas y crianza de animales domésticos, sin ningún tipo de
lujo o comodidad pero comiendo que ya era bastante; últimamente
andaban intranquilos y preocupados por los extraños sucesos que
ocurrían en la casa, cuadras y otras dependencias de su modesta
vivienda: cambio del lugar habitual de objetos de uso cotidiano,
puertas abiertas, comida consumida a deshoras, golpes inexplicables
en plena noche y un largo etcétera de situaciones
desconcertantes-escamantes; así pues tras arduas conversaciones,
reflexiones y no pocas divagaciones, concluyeron de que todos estos
extraños fenómenos los provocaba la presencia de un “martinico”
o duende que habitaba en la casa…
Acordaron
cambiarse de hogar y trasladarse bien lejos de tan incomodo
“inquilino”; carro y mula en la puerta prestos a cargar
“bártulos”, herramientas, el modesto y exiguo mobiliario y otros
enseres de su vida diaria...y a emprender camino sin demora.
El
sol se ocultaba en el horizonte cuando Mateo y su familia llegaron a
su nueva morada, acomodándose provisionalmente para pasar su primera
noche de sosiego y sueño reparador… Luisa, pues ese era el nombre
de la esposa de Mateo, en la oscuridad de la noche recostada sobre la
almohada de su lecho marital repasaba mentalmente donde colocar en la
nueva vivienda los muebles y enseres acarreados…¡de pronto! sobresaltada, zarandeó a su marido y le dijo: “ Anda Mateo, se nos
han olvidado las devanaderas”; sintió un leve pero frio roce en la
mejilla y una vocecilla burlona que le decía: “No te preocupes las
he traído yo”; asustada, Luisa encendió la luz y su sorpresa y
pavor fue mayúsculo cuando vio que sus devanaderas olvidadas estaban
junto a la cama…
El
traslado había sido completo.
JLobo/sep/2018
lasdevanaderas/sep/2018
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