20120901

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Ayer disfrutamos de una relajante tarde de paseo rodeados de naturaleza recolectando níscalos entre pinares. Una aventura sana y económica y una forma divertida de perder peso de forma entretenida con las subidas y bajadas en terreno montañoso.
Recolectar setas tiene su encanto, un olor a humedad, pinos y setas te embriaga constantemente y conforme avanzas por el terreno, puedes ver cómo brotan los níscalos de la tierra abrazando las hojas de pino.
Unos se dejan ver en la distancia, otros no tanto y tienes que buscar en la hojarasca. A veces encontrar un ejemplar es todo un reto y un momento de euforia sobre todo para los más pequeños de la casa.
Pero sabéis reconocer las setas? Hay un dicho que dice que solo hay dos tipos: los níscalos y las otras. Por su fácil identificación, yo solo conozco las setas naranjas o níscalos, así que cuidado con las otras!!!
Y entre subidas y bajadas no viene mal un café del termo y un tentempié al pie de un arroyo.
Después de unos años flojillos parece que este otoño se avecina una gran temporada de setas, así que a tener paciencia y mucho ojo, coge tu cesta y un cuchillo, calla, observa, disfruta, sé prudente y a por setas que ya van asomando con fuerza!!!
Y nosotros con nuestra cesta llena de robellones, revollones o como los queráis llamar, hoy hemos preparado un arroz y con los que han sobrado, los hemos preparado para la cena fritos con unos ajillos. A la brasa o a la plancha ya tocará otro día.
Ayer no hizo mucho frío, hoy sin embargo se ha notado una bajada brusca de las temperaturas y esta tarde han llegado las primeras nieves de otoño....




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14 de septiembre de 2018


Hoy en la maleta de mis recuerdos: moras silvestres, ese pequeño fruto que nos recuerda el fin del verano, toda una explosión de sabor dulce con matices ácidos que las hace especiales.
Cuando de niños íbamos a coger moras al río, nos encontrábamos con brazales, setos, matorrales y moras, muchas moras. Había moras heroicas y moras testarudas que se resistían a dejarse atrapar, pero como nosotros también eramos testarudos, siempre buscando las más grandes y las más negras, cuántas veces quedábamos atrapados en el zarzal, no pocos rasguños nos llevábamos en piernas, manos y brazos, parecía que habíamos estado en una pelea de gatos!!! Pero el riesgo de más de un pinchazo merecía la pena.
Eramos más felices que los pajarillos en primavera, con los botes tan llenos de moras como nuestras panzas. Qué poquitas llegaban a la casa esa tarde, porque las moras que habíamos guardado poco a poco iban desapareciendo por el camino. Pero las que quedaban qué buenas y qué fresquitas, una vez lavadas y recién sacadas del frigorífico para comértelas.
No estaría mal que como despedida del verano, le diésemos a los peques el derecho a la nostalgia llevándolos a comer moras estas preciosas tardes de septiembre que ya huelen a otoño. Ahora es el momento perfecto y una forma muy especial de endulzar los agradables paseos de estos días cogiendo moras de los espinosos setos que tientan al borde de los caminos.
Qué bonito recordar la magia de aquellos viejos septiembres, que sin tener nada, lo felices que eramos...
Para mí las moras no son solo moras, son los recuerdos de mi niñez.






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Un pequeño homenaje a un producto de temporada...
Ahora que estamos en época de cerezas, me viene a la cabeza una imagen de mi abuela por su santo cuando nos ofrecía cerezas de licor que acompañaba con un plato de galletas y roscos.
Y una imagen entrañable de mi infancia... llegar al cerezo y colocarme las cerezas de pendientes.
Recuerdo un año, que paseando por la estación con unas cuantas más nos llamó la atención un cerezo que tenía una pinta... y allá que fuimos, madre mía...un manjar de Dioses, y el dueño escondio en el seto del bancal jajaja.
Cuántos recuerdos que me hacen sonreír aunque sean insignificantes...
Me sé de más de una que le gustan tanto que cuando va a hacer algún postre compra el doble de las que necesita porque corre el riesgo de quedarse sin postre.
Y cuántas veces habréis trepado al cerezo y las habéis comido in situ hasta reventar, eso sí las mejores cerezas siempre estaban en la punta de las ramas y más de uno habrá aterrizado en el suelo...
Qué buenas las cerezas, fáciles de comer, que no hay que pelar y si son gruesas, de sabor dulce, de intenso color rojo y crujientes, esas sí que están buenas, más si son regaladas!!!
Una fruta muy rica no sólo en su estado fresco sino también en tartas, licores, cremas , helados, mousses, mermeladas, batidos...
Venga!!! que si tenéis la suerte de que en vuestra familia no gustan especialmente ( que lo dudo...) pues aprovechad, que la temporada es muy corta y se acaban...
Buen fin de semana!!!




Gracias Antonia, cercanía y sensibilidad  en tus escritos a espuertas.

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 Huéneja y los loberos 

José Manuel Fernández ante la popular fuente de Huéneja con dos cabezas de lobo /MANUEL SABIO






 








 















LEYENDASLa población se asienta en el Sened, en su zona más meridional, y ha sido habitada de la época del Algar

JOSÉ MANUEL FERNÁNDEZ | HUÉNEJA
19 febrero 2015

La población de Huéneja se asienta en el Sened, en su zona más meridional, precisamente donde se bifurcan las cuencas hidrográficas del Mediterráneo por Almería y en el Atlántico por la senda del Fardes-Guadalquivir. Hay indicios de asentamientos humanos desde la época del Algar, como lo demuestran los hallazgos de numerosos objetos y sepulturas en un paraje próximo a esta localidad. Su topónimo es de época árabe, alusivo a la rotura del terreno y consiguiente paso de aguas. En la época islámica se caracterizó como fortaleza, construyéndose un castillo llamado de Reniha o Guenichea, del que solo queda el nombre del barrio, situado, junto con el del Albaicín, en la zona más abrupta de la villa.
En compañía de su alcalde, Manuel Rodríguez, pude disfrutar de un pueblo donde las leyendas se funden con el agua que fluye de la sierra y que atrapa su río Izfalada, que parte en dos la zona urbana. Puntos de interés de Huéneja son la ermita de la Presentación, en la que destaca la capilla de San José, con pinturas al fresco y techumbre mudéjar, los baños árabes -los más grandes de la comarca- y la plaza de San Francisco Serrano de Frías, donde está emplazada la escultura del siglo XX del Patrón de Huéneja, canonizado por el Papa Juan Pablo II. Ya en el extrarradio nos encontramos con la balsa de San Marcos, construida en 1691, con un doble reloj de sol que controla las horas de riego. Por otra parte, la Ruta de los Molinos ofrece un magnifico paseo que conduce al visitante al Centro de Interpretación del Agua, ubicado en el Molino Bajo. Muy cerca se encuentra una zona recreativa de castaños centenarios tan grandes y retorcidos que parecen un ejército de ogros. En la iglesia de la Anunciación destaca la nave central cubierta por una techumbre de madera mudéjar y un presbiterio con coro que no deja a nadie indiferente.
Durante la visita a Huéneja lo que más me intrigó fue una fuente con dos caras de lobo por cuyas bocas fluye el agua fresca del antiguo pilar, al pie de la iglesia. Al preguntar al alcalde sobre esta fuente me narró la siguiente leyenda.
Tradicionalmente los habitantes de Huéneja eran conocidos en el Marquesado como "los loberos", apodo que tenía su origen en una antiquísima profesión explotada en tiempos pasados y que se basaba en el miedo ancestral del hombre hacia el mítico lobo. Aquel final de octubre, Sierra Nevada se había vuelto a vestir de blanco, algo prematuro pues las nieves no solían llegar hasta mediados de noviembre, si bien es cierto que las cabañuelas del Tío Paco, que predijo que ese año iba a ser muy frío, no se habían equivocado.
Al pueblo de Huéneja había llegado un nuevo rico, Martín, oriundo de las tierras del norte. Él sabía que en tiempos de frío y nieve los lobos eran más peligrosos debido al hambre y a su dificultad de obtener alimentos, atacando a los rebaños con más asiduidad.
Cuando el verano anterior Gimeno "el Lobero", de Huéneja, se acercó con su hijo para pedir una gratificación por haber capturado de la madriguera cuatro cachorros de lobo, no debían haberlo despachado sin "blanca" aduciendo que tenía muy bien montado el negocio para sacarle los cuartos a los pastores tontos de aquellas tierras. Gimeno se defendió mostrando los cuatro lobeznos, que no tendrían más de tres meses, y jurando que eran de la camada de ese año.
-A menos lobos que alimentar, menos ataques al rebaño, dijo.
Martín no dio su brazo a torcer y azuzó a sus dos perros  para que Gimeno y su hijo se fueran de su corral con los lobeznos.
-Ya lamentarás tu avaricia, le replicó Gimeno mientras acariciaba a su hijo, que parecía tener un antifaz en los ojos a consecuencia de unas manchas en la piel.
Martín se quedó solo con sus dos perros al frente de un gran rebaño de ovejas cerca de la Balsa y poco después apareció un lobo famélico buscando un trozo de carne que llevarse a la boca. Martín se puso en guardia buscando al resto de la manada, utilizó la onda y con un golpe certero dio en los cuartos traseros del animal, que huyó del lugar cojeando de una pata. Se acordó entonces del lobero, mientras pensaba para sus adentros:
-Ese no sabe cómo tratamos los del norte a los malditos lobos.
Al día siguiente era la festividad de Todos los Santos y la mujer de Martín le pidió que le acompañara al cementerio temprano para rezar a los difuntos de la familia. Como era hombre poco interesado en religiones y no solía visitar iglesias y mucho menos cementerios, evitó complacer a su esposa con la excusa de tener que llevar la piara de ovejas a que pastaran cerca de la Balsa.
Ya a media tarde el cielo se cubrió de nubes negras, con la amenaza de caer una buena manta de agua. Martín llamó a los perros para que le ayudaran a reunir las ovejas y se extrañó de su ausencia, percibiendo poco después el lamento de uno de ellos, que provenía de interior del bosque. "Seguro que ha caído en alguna trampa para esos malditos lobos", pensó.
Al acercarse al lugar observó a otro de sus perros ladrando a la copa de uno de los castaños centenarios que se desparramaban por aquellos lares. Extrañado, visualizó a su fiel perro pastor en la copa de un árbol convertido en piltrafa de carne y el cogote se le erizó. ¿Qué había pasado? De repente, una fugaz visión se produjo a sus espaldas. Era Gimeno, cojeando de una pierna.
-¿Qué haces tú por aquí? Pregunto Martín con cara de pocos amigos.
-¿El bosque también es tuyo? Respondió Gimeno con ironía mientras se acercaba a él. Martín volvió su mirada hacia el grueso castaño.
-¿Has visto donde está? lo que queda de mi perro? ¿Cómo habrán llegado hasta ahí sus despojos?
-¡Lo he puesto yo! Respondió Gimeno, que en esos momentos estaba detrás de Martín, a quien con un zarpazo certero desgarró parte de la espalda. ¡Y será allí donde también coloque los tuyos cuando mi manada acabe contigo!
Martín no podía creer lo que estaba pasando. Con los ojos muy abiertos y lleno de dolor miró al lobero, que se estaba transformando, mientras del interior del castaño aparecían cuatro jóvenes lobos mostrando largos dientes, entre ellos uno con antifaz.
-Si no hubieses sido tan avaro...
-Pero tú, tú... ¿Cómo es posible?
-Soy el séptimo hijo de otro séptimo hijo y eso por tradición, nos convierte en seres especiales. ¿Por qué crees que a mi familia les llaman "Los Loberos"? Durante décadas hemos evitado atacar a los humanos, pedíamos dinero a los pastores, que siempre han sido agradecidos con nosotros, para protegerlos hasta que llegaste. Tu codicia y ambición te han conducido a esta situación.
Aquel invierno Gimeno y su familia no pasaron hambre y la profesión de lobero desapareció de Huéneja al mismo tiempo que los lobos.