(jueves anterior al
miércoles de ceniza),
la práctica
totalidad
del pueblo, salia
a pasar un día de
campo en familia
o en
pandilla.
Tortilla de ''papas'' prepará...
D. Sebastián M. Gallego Morales | ||
JUEVES LARDERO
Publicado originalmente en la sección "Imágenes
y Recuerdos" del desaparecido
Boletín de Noticias del mes de junio de 2005 |
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Bastantes días antes de que llegara, ya estábamos
celebrando todos. Era el Jueves Lardero. Único día en que nos volvíamos a
juntar en el campo, niños y niñas de las escuelas, en una comida de hermandad
y alegría. Se celebraba, siempre, el jueves anterior al Miércoles de Ceniza.
Se hacían unas fiestas y unos torneos o recitales de poesías entre los niños
y las niñas, a ver quién era más listo o mejor estudiante. Pero lo que mejor
tenía ese día era la libertad con que podíamos jugar y compartir nuestras
meriendas; tortillas, tortas de chicharrones u hornazos, con espléndidos
huevos en su interior sujetos por las tiras del pan entrecruzadas. Los
hornazos predominaban ese día.
D. Manuel nos había explicado que el lardo era la
grasa de los animales y que lardero era un adjetivo de Jueves, queriendo
decir "todo el Jueves de la grasa". Nosotros lo entendíamos mejor
con que se acababa de comer chicha, que se acercaba la cuaresma y la Semana
Santa..., que había que limpiar la orza, como decía Nicolás.
Mi abuela lo entendía de otra forma, nos decía
"con los niños no van esas reglas" y tenía razón. Seguíamos, como
base de alimentación, con los productos del cerdo.
Pidió un voluntario para el torneo de poesía, y como
no se presentaba nadie, eligió a José Sánchez que tenía una magnífica voz.
Cuando puso en la pizarra la poesía que se debía de aprender, por poco si nos
morimos de risa. La poesía empezaba así:
Que linda en la rama
la fruta se ve. Si tiro una piedra tendrá que caer. Más no es mío ese huerto. No es mío, lo sé... Mas yo no me atrevo, no sé por qué. Papá está lejos, mamá no me ve. Mas yo no me atrevo, No sé por qué...
Total que se arrepentía de tirar la piedra y sus
padres le daban frutas y lo felicitaban por la buena acción. Los amigos nos
mirábamos de uno a otro, con la sonrisa en los labios. En el recreo, todos
comentábamos lo mismo. ¿Es que el maestro sabía lo que hacíamos cuando no
estábamos en la escuela? Pepe Sánchez se quedó varios días sin recreo hasta
que se aprendió toda la poesía que, para el maestro era una fábula moral... y
su autor JJ. Harcembuch.
Llegado el día nos juntábamos en la plaza, la
escuela de niños y la de niñas. Éramos muchos, y con nosotros venían chicas y
jóvenes que ya no estaban en la escuela, pero que ayudaban en la catequesis
de la Iglesia. Salimos unos tras otros por la calle del León hasta el
Ramblón, y entonces hacia arriba, hasta el lugar que conocíamos como Las
Pozas. Ya en el camino se deshicieron las filas, y podíamos ir charlando
niños y niñas. Cada uno con nuestra merienda en una cesta o fiambrera. En las
Pozas había algunas catequistas esperándonos; habían llevado gaseosas y
jarapas para sentarnos en el suelo, y manteles pequeños, y habían construido
un arco con cañas, a modo de teatro, para la competición poética. Una jarapa
servía de telón. Hubo cánticos comunes, previos a la comida. Luego, cada uno
se juntó con quien quiso, niños y niñas juntos corriendo y compartiendo. Eso
era vivir. Unas palmadas de Dª Encarna, la maestra, nos llamaron la atención.
Había que terminar de comer, pues empezaban los recitales. Teníamos que
ponernos lo mejor que pudiéramos, pero mirando todos al improvisado
escenario. Habría un diploma para quien ganara la competición de poesía, pero
luego podrían actuar todos los que quisieran con chistes, canciones o poesías
distintas a las que competían oficialmente. Por cortesía, empezaría el
recital la niña designada por su colegio. Se presentó en medio de unas
apasionadas palmas de parte de sus compañeras de colegio y sobre todo de las
preparadoras de la catequesis: una niña seca, larga, fea, y con un pelo negro
y lacio. Su maestra la presentó como Encarnita. Iba a recitar unos versos de
Santa Teresa de Jesús. Callamos todos:
Vivo sin vivir en mí
Y tan alta vida espero Que muero porque no muero. A mi lado, un amigo dijo: Pues muérete, por fea. |
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Aquí era
ya más de uno los que susurraban: "Pues muérete".
¡¡Ay!! Qué larga es esta vida
¡Qué duros estos destierros! ¿Esta cárcel y estos hierros! En que el alma está metida Sólo espero la salida Que me causa dolor tan fiero
- Que muero porque no muero- dijeron a coro
bastantes niños y niñas. Hubo regaña por parte de Dª Encarna, y las
catequistas pidieron silencio y terminó la chica su recital. Acabado este se
e hizo un aplauso largo y tendido a la citada Encarnita, en medio de las
discusiones sobre la atención que le habíamos prestado a este maravillosos
poema.
Se volvió a cerrar el telón del escenario, la jarapa
que hacía de cortina. Al abrirse, allí estaba nuestro amigo Pepe Sánchez. Un
aplauso, y su presentación en nombre de la escuela para competir en poesía.
Un enorme silencio se hizo cuando inició Qué linda en la rama la fruta se
ve
El silencio llegó hasta su frase final : "tendré
besos, abrazos y frutas también ..." Las manos nos echaban chispas
de tanto aplaudir. No hubo debate. Tanto niños como niñas, estábamos de
acuerdo: el premio diploma fue para José Sánchez. Es que iba muy preparado.
Al regreso, al pasar por la Calle Real, me quedé en
casa de mis abuelos. Era la hora del atardecer en la que siempre-siempre- se
sentaba a leer en su mecedora, tras la cual tenía una bombilla y un
candelabro, para cuando le faltaba la luz. Apareció mi abuela y me preguntó
quién había sido la niña que había competido este año. Le dije el nombre,
Encarnita, y lo fea que era. Mi abuelo dijo: "A la fea, la herencia del padre
hermosea". Y es que hablaba casi siempre en refranes. Mi abuela dijo: No
le hagas caso, el refrán dice que "la suerte de la fea, la guapa la
desea". Después supe que la tal Encarnita era hija única y la más rica
del pueblo. Así eran las cosas.
En mi segundo Jueves Lardero, por parte de nuestra
escuela, se preparó un precioso poema que empezaba diciendo:
En Jaén, donde resido,
vive don Lope de Sosa y diréte, Inés, la cosa más brava de él, que has oído. Tenía este caballero un criado portugués. Pero cenemos, Inés, si te parece primero.
Luego seguía, celebrando el comensal, el vino, la
taberna como amiga, la ensalada, el salpicón, la morcilla, los piñones, el
queso..., todo estaba exquisito, y lo empapaba con vino, y hasta decía: ¿No
pusiste allí un candil? ¿Cómo me parecen dos?
Y
finalizaba:
Pues sabrás Inés, hermana,
que el portugués cayó enfermo . Son las once yo me duermo Quédese para mañana.
El aplauso de todos fue enorme, no podían
superarnos. Entonces, tras una breve pausa, llegó una chica de las mayores, y
con una dulce voz y un melodioso acento dijo que nos iba a recitar un romance
que tenía un estribillo al final de cada octava, y que por favor no lo
repitiéramos, sino en nuestro interior, pues era precioso. Empezó diciendo:
La más bella niña
de nuestro lugar hoy, viuda y sola, ayer por casar. Viendo que sus ojos a la guerra van a su madre, dice: Dexadme llorar. Orillas do mar.
Seguía narrando las penas de la joven viuda que
perdió a su esposo en la guerra, y al final de cada octava, repetía:
Dexadme llorar.
Orillas do mar.
El silencio de todos era enorme, la voz de la chica
era preciosa y la entonación del romance merecía el silencio, y así se llegó
al final, en que decía la joven viuda:
Váyanse las noches,
pues ido se han los ojos que hacían, los míos velar. Váyanse y no vean tanta soledad, después que en mi lecho sobra... la mitad Dexadme llorar. Orillas do mar.
Esta vez las niñas nos habían ganado por goleada, el
aplauso de todos lo confirmaba; algún que otro bravo saltó entre los mayores
Terminó con unos cuantos espontáneos para contar
chistes, y empezamos a recoger nuestras tarteras y a limpiar lo que habíamos ensuciado.
Esta vez lo habíamos celebrado el Jueves Lardero en la explanada de la Fuente
de Sergio, bajo las moreras y con la fresquita y abundante agua del lugar.
Al llegar a casa, me preguntaron mis abuelos, cómo
había ido el jueves, y al narrárselo, mi abuelo se levantó, fue a su
biblioteca y me dio un libro de D. Luis de Góngora y Argote, dijo:
"Lolees, y cuando acabes me lo devuelves. Veo que te emociona el verso y
el romance. Aquí encontrarás algunos de los mejores". Así lo hice. Lo
leí entero.
El último Jueves Lardero que pasé fue en el año 45,
y no se hizo competición, se seleccionaron varios niños y varias niñas de los
mayores y todas las tardes ensayaban en el local del ayuntamiento, que estaba
bajo la torre del reloj. Era un almacén largo que servía de teatro, y al que
se accedía por la cuesta empedrada de la Alcazaba.
El Jueves Lardero fue como siempre, alegre y como
día festivo en el campo y, a la tarde siguiente, asistimos a una
representación de un Sainete de los Hermanos Álvarez Quintero llamado
"La Puebla de las mujeres". Era la primera vez que actuaban niños y
niñas juntos. Se había invitado a los padres y estos llevaron asientos desde
sus casas. El éxito fue enorme. Creo que a partir de entonces se siguió con
una obra de teatro al Jueves Lardero.
Fragmento del libro "Memorias de mi infancia en Fiñana"
Publicado en la web http://humano.ya.com/jsom2000
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